Una sombra sombría lleva la siniestra ciencia del amor,
el turbio, verdadero espanto;
lleva la llama helada e infame
hacia un desierto frío de lunas y cenizas muertas.
Por la puerta entreabierta de mis desvaríos
se cuelan el viento y el mármol de tus labios,
y mi lengua entra en tu boca
como un ladrón idiota en un cuarto de espejos.
Sobre tus mejillas sonrosadas
se marchita un lirio de plata,
y una plegaria de hierro
clava el sueño del agua.
De noche todo se calla
y hay un silencio de ventanas,
de cristales repetidos y luces que se apagan,
de primaveras perdidas en el deseo arrinconado,
un silencio cargado de miseria
hacia adentro viajando.
De día el sol conoce un camino
por el que siempre se vuelve,
donde el tiempo guarda el perfume y avienta la pena,
donde el dolor busca pero jamás encuentra.
Amiga de la idea y del crepúsculo
¿qué oro encierra tu melancolía?
Mi corazón cargado se quiebra en tus manos
y tu cabeza en mi hombro pide un tormento mejor,
y mejor callamos cuando estamos a solas,
en las riberas opuestas del sueño compartido
donde Caín es muerto por Abel.
ÁTICO