al caer los muros, todos los muros
en una tarde cualquiera de Dublín
Borges comenta con un imposible Cortázar
su Inferno, I, 32 desde el crepúsculo del día
hasta el crepúsculo de la noche,
Salvo el crepúsculo respondía Cortázar
nadie nos recorre
entonces Borges, ciego y para peor, muerto,
imagina un camino como siempre
atravesado por los barrotes horizontales
de su literatura,
de todas las literaturas posibles
que ha vivido en el lenguaje de la arena
transitado junto al fuego
en las lunas inconstantes de su noche entera.
Él ó Cortázar, aman distintamente
el talento de uno y la ciudad del otro,
multiplicado por la infinita violencia
de pertenecer los tres a cosas diferentes
queriendo ser el mismo
cada uno con su sospecha
ahogada por el Sena y cegada por el Támesis
mientras Cortázar reparte condones
en las lápidas vecinas
el otro apura su huevo frito con panceta
en una tarde cualquiera de Dublín
piensa Borges su próxima jugada
harto compleja para la simplicidad del crepúsculo
un batir de alas de mariposa
sobre una rosa gris de mirar enajenado
pero con su indestructible aroma
algo de un tal Joyce inventa una espera
que durará trescientos años
ni un día más
ni un día menos