La
Habana, 12 de abril de 1960
"Año de la Reforma Agraria"
Sr. Ernesto
Sábato
Santos Lugares
Argentina
Estimado compatriota:
Hace
ya quizás unos quince años, cuando conocí
a un hijo suyo, que ya debe estar cerca de los veinte, y a
su mujer, por aquel lugar creo que llamado "Cabalungo",
en Carlos Paz, y después, cuando leí su libro
Uno y el universo, que me fascinó, no pensaba
que fuera Ud. poseedor de lo que para mí era
lo más sagrado del mundo, el título de escritor
quien me pidiera con el andar del tiempo una definición,
una tarea de reencuentro como Ud. llama, en base a una autoridad
abonada por algunos hechos y muchos fenómenos subjetivos.
Fijaba estos relatos preliminares solamente para recordarle
que pertenezco, a pesar de todo, a la tierra donde nací
y que aún soy capaz de sentir profundamente todas sus
alegrías, todas sus esperanzas y también sus
decepciones. Sería difícil explicarle por qué
"esto" no es Revolución libertadora; quizá
tendría que decirle que le vi las comillas a las palabras
que Ud. denuncia en los mismos días de iniciarse, y
yo identifiqué aquella palabra con lo mismo que había
acontecido en una Guatemala que acababa de abandonar, vencido
y casi decepcionado. Y, como yo, éramos todos los que
tuvimos participación primera en esta aventura extraña
y los que fuimos profundizando nuestro sentido revolucionario
en contacto con las masas campesinas, en una honda interrelación,
durante dos años de luchas crueles y de trabajos realmente
grandes.
No podíamos ser "libertadora" porque no éramos
parte de un ejército plutocrático sino que éramos
un nuevo ejército popular, levantado en armas para
destruir al viejo; y no podíamos ser "libertadora"
porque nuestra bandera de combate no era una vaca sino, en
todo caso, un alambre de cerca latifundaria destrozado por
un tractor, como es hoy la insignia de nuestra INRA. No podíamos
ser "libertadora" porque nuestras sirvienticas lloraron
de alegría el día que Batista se fue y entramos
en La Habana y hoy continúan dando datos de todas las
manifestaciones y todas las ingenuas conspiraciones de la
Gente "Country Club" que es la misma gente "Country
Club" que Ud. cononciera allá y que fueran a veces
sus compañeros de odio contra el peronismo.
Aquí la forma de sumisión de la intelectualidad
tomó un aspecto mucho menos sutil que en la Argentina.
Aquí la intelectualidad era esclava a secas, no disfrazada
de indiferente como allá; y mucho menos disfrazada
de inteligente; era una esclavitud sencilla puesta al servicio
de una causa de oprobio, sin complicaciones; vociferaban,
simplemente. Pero todo esto es nada más que literatura.
Remitirlo a Ud., como lo hiciera Ud. conmigo, a un libro sobre
la ideología cubana, es remitirlo a un plazo de un
año adelante; hoy puedo mostrar apenas, como un intento
de teorización de esta Revolución, primer intento
serio, quizá, pero sumamente práctico, como
son todas nuestras cosas de empíricos inveterados,
este libro sobre la Guerra de Guerrillas. Es casi como un
exponente pueril de que sé colocar una palabra detrás
de otra; no tiene la pretensión de explicar las grandes
cosas que a Ud. inquietan y quizá tampoco pudiera explicarlas
ese segundo libro que pienso publicar, si las circustancias
nacionales e internacionales no me obligan nuevamente a empuñar
un fusil (tarea que desdeño como gobernante pero que
me entusiasma como hombre gozoso de la aventura). Anticipándole
aquello que puede venir o no (el libro), puedo decirle, tratando
de sintetizar, que esta Revolución es la más
genuina creación de la improvisación.
En la Sierra Maestra, un dirigente comunista que nos visitara,
admirado de tanta improvisación y de cómo se
ajustaban todos los resortes que funcionaban por su cuenta
a una organización central, decía que era el
caos más perfectamente organizado del Universo. Y esta
Revolución es así porque caminó mucho
más rápido que su ideología anterior:
al fin y al cabo Fidel Castro era un aspirante a diputado
por un partido burgués, tan burgués y tan respetable
como podía ser el Partido Radical en la Argentina;
que seguía las huellas de un líder desaparecido,
Eduardo Chibás, de unas características que
pudiéramos hallar parecidas a las del mismo Yrigoyen;
y nosotros, que lo seguíamos, éramos un grupo
de hombres con poca preparación política, solamente
una carga de buena voluntad y una ingénita honradez.
Así vinimos gritando: "En el año '56 seremos
héroes o mártires". Un poco antes habíamos
gritado o, mejor dicho, había gritado Fidel: "Vergüenza
contra dinero". Sintetizábamos en frases simples
nuestra actitud simple también.
La guerra nos revolucionó. No hay experiencia más
profunda para un revolucionario que el acto de la guerra;
no el hecho aislado de matar, ni el de portar un fusil o el
de establecer una lucha de tal o cual tipo, es el total del
hecho guerrero, el saber que un hombre armado vale como una
unidad combatiente, y vale igual que cualquier hombre armado,
y puede ya no temerles a otros hombres armados. Ir explicando
nosotros, los dirigentes, a los campesinos indefensos, cómo
podían tomar un fusil y demostrarles a esos soldados
que un campesino armado valía tanto como el mejor de
ellos; e ir también aprendiendo cómo la fuerza
de uno no vale nada si no está rodeada de la fuerza
de todos; e ir aprendiendo, asimismo, cómo las consignas
revolucionarias tienen que responder a palpitantes anhelos
del pueblo; e ir aprendiendo a conocer del pueblo sus anhelos
más hondos y convertirlos en banderas de agitación
política. Eso lo fuimos haciendo todos nosotros y comprendimos
que el ansia del campesino por la tierra era el más
fuerte estímulo de lucha que se podía encontrar
en Cuba. Fidel entendió muchas cosas más; se
desarrolló como el extraordinario conductor de hombres
que es hoy y como el gigantesco poder aglutinante de nuestro
pueblo. Porque Fidel, por sobre todas las cosas, es el aglutinante
por excelencia, el conductor indiscutido que suprime todas
las divergencias y destruye con su desaprobación. Utilizado
muchas veces, desafiado otras, por dinero o ambición,
es temido siempre por sus adversarios. Así nació
esta Revolución, así se fueron creando sus consignas
y así se fue, poco a poco, teorizando sobre hechos
para crear una ideología que venía a la zaga
de los acontecimientos. Cuando nosotros lanzamos nuestra Ley
de Reforma Agraria en la Sierra Maestra, ya hacía tiempo
se habían hecho repartos de tierra en el mismo lugar.
Después de comprender en la práctica una serie
de factores, expusimos nuestra primera tímida ley,
que no se aventuraba con lo más fundamental como era
la supresión de los latifundistas.
Nosotros no fuimos demasiado malos para la prensa continental
por dos causas: la primera, porque Fidel Castro es un extraordinario
político que nunca mostró sus intenciones más
allá de ciertos límites y supo conquistarse
la admiración de reporteros de grandes empresas que
simpatizaban con él y utilizaban el camino fácil
de la crónica de tipo sensacional; la otra, simplemente
porque los norteamericanos, que son los grandes constructores
de tests y de raseros para medirlo todo, aplicaron uno de
sus raseros, sacaron su puntuación y lo encasillaron.
Según sus hojas de testificación, donde decía:
"Nacionalizaremos los servicios públicos",
debía leerse: "Evitaremos que eso suceda si recibimos
un razonable apoyo"; donde decía: "Liquidaremos
el latifundio", debía leerse: "Utilizaremos
el latifundio como una buena base para sacar dinero para nuestra
campaña política, o para nuestro bolsillo personal",
y así sucesivamente. Nunca les pasó por la cabeza
que lo que Fidel Castro y nuestro Movimiento dijeran tan ingenua
y drásticamente fuera la verdad de lo que pensábamos
hacer; constituimos para ellos la gran
estafa de este medio siglo, dijimos la verdad aparentando
tergiversarla. Eisenhower dice que traicionamos nuestros principios;
es parte de su verdad; traicionamos la imagen que ellos se
hicieron de nosotros, como en el cuento del pastorcito mentiroso,
pero al revés, tampoco se nos creyó. Así
estamos ahora hablando un lenguaje que es también nuevo,
porque seguimos caminando mucho más rápido que
lo que podemos pensar y estructurar nuestro pensamiento, estamos
en un movimiento continuo y la teoría va caminando
muy lentamente, tan lentamente, que después de escribir
en los poquísimos ratos que tengo este manual que aquí
le envío, encontré que para Cuba no sirve casi;
para nuestro país, en cambio, puede servir; solamente
que hay que usarlo con inteligencia, sin apresuramientos ni
embelecos. Por eso tengo miedo de tratar de describir la ideología
del movimiento; cuando fuera a publicarla, todo el mundo pensaría
que es una obra escrita muchos años antes.
Mientras se van agudizando las situaciones externas y la tensión
internacional aumenta, nuestra Revolución, por necesidad
de subsistencia, debe agudizarse y, cada vez que se agudiza
la Revolución, aumenta la tensión y debe agudizarse
una vez más ésta, es un círculo vicioso
que parece indicado a ir estrechándose y estrechándose
cada vez más hasta romperse; veremos entonces cómo
salimos del atolladero. Lo que sí puedo asegurarle
es que este pueblo es fuerte, porque ha luchado y ha vencido
y sabe el valor de la victoria; conoce el sabor de las balas
y de las bombas y también el sabor de la opresión.
Sabrá luchar con una entereza ejemplar. Al mismo tiempo
le aseguro que en aquel momento, a pesar de que ahora hago
algún tímido intento en tal sentido, habremos
teorizado muy poco y los acontecimientos deberemos resolverlos
con la agilidad que la vida guerrillera nos ha dado. Sé
que ese día su arma de intelectual honrado disparará
hacia donde está el enemigo, nuestro enemigo, y que
podemos tenerlo allá, presente y luchando junto con
nosotros. Esta carta ha sido un poco larga y no está
exenta de esa pequeña cantidad de pose que a la gente
tan sencilla como nosotros le impone, sin embargo, el tratar
de demostrar ante un pensador que somos también eso
que no somos: pensadores. De todas maneras, estoy a su disposición.
Cordialmente,
Ernesto Che Guevara